“El espejo donde te mirás”

“El espejo donde te mirás”

Por Raúl E. Valobra

Qué fácil es para vos ponerte en juez de la sociedad, sobre todo de los que menos tienen, en un acto más del sentido de pertenencia de clase que hacés en cada palabra, cada acto, que te moviliza tan lleno de odio y revanchismo hacia quienes simplemente son víctimas inocentes de las injusticias de este sistema que aún no salda las deudas históricas.

Qué fácil es esbozar ese aire soberbio de superioridad que te hace saberte mejor a quienes están allá abajo, en el último escalón, que son el producto de las políticas que aplicaron gente como vos, tan hijos de puta como vos, capaces de condenar a millones de hermanos a la pobreza con una medida indolente.

Qué fácil es no ver las condiciones estructurales que te tocaron en suerte, el andamiaje familiar, las condiciones en las que te desarrollaste, con esa virtud de aparentarte tan humano, tan lleno de valores, parte de la comunidad eclesiástica de tu ciudad; con todo lo que se le reclama a un buen tipo, hasta con título y dinero.

Qué fácil es embestir a los desclasados que eran subsidiados por el gobierno anterior y que a vos y a los tuyos les ponía los pelos de punta, de bronca porque vos creés que nadie te regaló nada, que todo lo que poseés es lo que te merecés, por algo dado y establecido como ley natural; de lo que se desprende que el pobre y desamparado debe joderse toda la vida y ser humillado, sometido por los de tu clase, por los de tu laya, por esos mismos hijos de puta que asisten a cuanta reunión de beneficencia hay en la sociedad, pero a los que en el fondo les da asco la pobreza.

Qué fácil es interpretar ese papel de “buena gente”, de “bonachón”, cuando los que te juzgan son de tu misma calaña, especialistas en fachadas de altruismo, alto perfil participativo en comisiones y en todo aquellos que lave por fuera esa suciedad que por dentro te carcome, te pudre, te persigue con su hedor pero que es un precio muy bajo que al fin vale la pena afrontar.

Qué fácil resulta salir airoso de cada comparación que establecés desde tu pedestal con esos parias de la vida que fueron ayudados, asistidos, subsidiados, incluidos, con recursos que vos aportás, cuestión que te indigna porque sos de los que pensás que la pobreza es un flagelo que hay que combatir pero si te toca colaborar, pensás que es populismo y demagogia destinar recursos para ello y mostrás esa cara de derecha que te define.

Hoy, cuando salís por las noches a cenar con tu familia, si tenés un instante, si podés perderte un instante nomás, ponete pensar en esa gente que cruzás debajo del frío implacable de la noche: en los que piden un plato caliente de comida en algún centro comunitario, en los que cartonean a la vez que buscan sobras de comida, en los que yacen acostados bajo el filo de la helada; miralos detenidamente, observá la cruz que cargan sobre su espalda y reflexioná de qué los acusás, de dónde nace ese rechazo tuyo, esa negación que te impide establecer empatía con quienes significan una deuda impostergable, que debemos pagar entre todos.