CRÓNICA DEL 24E
Por Raúl E. Valobra
Tuvimos que volver a ese lugar, mítico y sagrado, conformado por las calles y las plazas que nos vieron nacer, necesitábamos vernos, reconocernos, digamos que olernos el culo como los perros, para saber que somos de la misma jauría y caminar juntos, sucede que el gobierno de Alberto herrumbró la musculatura social que nos otorgaba esa potencia, desplegada en la lucha, en apoyo o en reclamo, pero teníamos como nuestra arma y escudo la movilización popular.
La falta de liderazgo político de Alberto, el corrimiento necesario de Cristina luego de la proscripción, la desconfianza que Massa generaba, entre propios y extraños, más la inexplicable irrupción de un maniático como Milei en la escena político-mediática, atrofiaron la salud del campo popular, su capacidad y mecanismo de respuesta: la manifestación y protesta.
Mientras recorríamos las calles hacia el epicentro, la Plaza de los Dos Congresos, y asistíamos a la mayor convocatoria de las últimas décadas, nos mirábamos con los compañeros y decíamos: “si no nos hubiesen traicionado con el voto, estaríamos en la costa o proyectando, gestionando, planificando”, sin embargo, el calor del 24 nos sorprendía CABA, gritándole a Milei: “No se vende la patria no se vende, la patria no se vende”.
La sonrisa en cada rostro, la inefable mueca de emoción de los abrazos del reencuentro, la piel de gallina con las canciones, cada uno de ese millón de personas que concurrimos a la plaza y alrededores sabe que estamos en una guerra, donde luchamos por nuestros derechos por nuestro futuro, el de nuestros hijos y nietos, y el amor nuestra única estrategia para vencer al odio del poder y sus aliados circunstanciales.
Las banderas y pasacalles; los bombos, redoblantes y trompetas; las remeras y gorros; y el Pueblo, siempre el Pueblo, protagonista de todas las gestas épicas en la calle, el olor a sudor y pis, transpiración de los trabajadores y orín apurado de algunos urgidos, entre los canastos de basura, es parte del paisaje, hasta que en las esquinas, con el maldito humo de la tentación carnal, nos aguardan: choripanes, bondiola y hamburguesas, parte inseparable de nuestra genealogía.
Finalmente, comienza el acto en sí mismo, el himno, el escenario con los oradores, y la euforia de cruzar –por ejemplo- a una abuela de Plaza de Mayo que nos atraviesa con su andador para inundarnos de mística y coraje, justo en el día en que nos enteramos que falleció Sara Rus, hablan ya los protagonistas, perdón, los protagonistas éramos todos, algunos con micrófonos, el resto con las gargantas y el corazón.
CRÓNICA DEL 24E
Por Raúl E. Valobra
Tuvimos que volver a ese lugar, mítico y sagrado, conformado por las calles y las plazas que nos vieron nacer, necesitábamos vernos, reconocernos, digamos que olernos el culo como los perros, para saber que somos de la misma jauría y caminar juntos, sucede que el gobierno de Alberto herrumbró la musculatura social que nos otorgaba esa potencia, desplegada en la lucha, en apoyo o en reclamo, pero teníamos como nuestra arma y escudo la movilización popular.
La falta de liderazgo político de Alberto, el corrimiento necesario de Cristina luego de la proscripción, la desconfianza que Massa generaba, entre propios y extraños, más la inexplicable irrupción de un maniático como Milei en la escena político-mediática, atrofiaron la salud del campo popular, su capacidad y mecanismo de respuesta: la manifestación y protesta.
Mientras recorríamos las calles hacia el epicentro, la Plaza de los Dos Congresos, y asistíamos a la mayor convocatoria de las últimas décadas, nos mirábamos con los compañeros y decíamos: “si no nos hubiesen traicionado con el voto, estaríamos en la costa o proyectando, gestionando, planificando”, sin embargo, el calor del 24 nos sorprendía CABA, gritándole a Milei: “No se vende la Patria no se vende, la patria no se vende”.
La sonrisa en cada rostro, la inefable mueca de emoción de los abrazos del reencuentro, la piel de gallina con las canciones, cada uno de ese millón de personas que concurrimos a la plaza y alrededores sabe que estamos en una guerra, donde luchamos por nuestros derechos por nuestro futuro, el de nuestros hijos y nietos, y el amor nuestra única estrategia para vencer al odio del poder y sus aliados circunstanciales.
Las banderas y pasacalles; los bombos, redoblantes y trompetas; las remeras y gorros; y el Pueblo, siempre el Pueblo, protagonista de todas las gestas épicas en la calle, el olor a sudor y pis, transpiración de los trabajadores y orín apurado de algunos urgidos, entre los canastos de basura, es parte del paisaje, hasta que en las esquinas, con el maldito humo de la tentación carnal, nos aguardan: choripanes, bondiola y hamburguesas, parte inseparable de nuestra genealogía.
Finalmente, comienza el acto en sí mismo, el himno, el escenario con los oradores, y la euforia de cruzar –por ejemplo- a una abuela de Plaza de Mayo que nos atraviesa con su andador para inundarnos de mística y coraje, justo en el día en que nos enteramos que falleció Sara Rus, hablan ya los protagonistas, perdón, los protagonistas éramos todos, algunos con micrófonos, el resto con las gargantas y el corazón.
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